LA ORACIÓN QUE CRISTO JESÚS NOS ENSEÑO: “EL PADRE NUESTRO”
PRIMER DÍA
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el Padrenuestro
Llamamos
al Padrenuestro “Oración dominical”, es decir, “oración del Señor”, porque es
la oración que nos dio el mismo Jesucristo, el Señor. Pero Jesús no nos dejó
una fórmula para repetirla como papagayos, sino un camino para llegar hasta el
corazón del Padre.
El
Padrenuestro es la “oración de Jesús”, porque es también la oración que nos
descubre cómo es el corazón de Jesús. Nos revela la intimidad de Jesús. Dicen
que para conocer bien a una persona hay que saber cómo ama y cómo reza.
Descubrimos cada día quién es Jesús a través el Padrenuestro. Jesús tuvo una
relación única con su Padre Dios. Por eso pudo decir: “nadie conoce al Padre
sino el Hijo, y aquél a quien el Hijo se lo quiera revelar” (Mt 11,27).
Si
ser cristiano quiere decir repetir la misma vida de Cristo en nuestra
vida, está claro que el Padrenuestro es
la escuela donde aprendemos la vida de Cristo. Revivir en nuestra propia vida
la misma experiencia que tuvo Jesús, de llamar a Dios con confianza “Padre”.
El
Padrenuestro es el resumen de todo el Evangelio. No hay nada que se encuentre
en los Evangelios y que quede fuera de esta oración: la santidad y al mismo
tiempo la cercanía de Dios, el Reino que llega, la aceptación de la voluntad
del Padre hasta la cruz, el Pan de vida que nos da Dios, el perdón y la lucha
contra el mal.
El
Padrenuestro nos descubre quiénes somos nosotros: hijos de Dios. Podemos decir
que quien desconoce que es hijo de Dios desconoce su realidad más profunda,
está perdido en la vida. El Padrenuestro nos recuerda cada día lo que somos, y
lo que estamos llamados a ser.
SEGUNDO DIA: “PADRE”
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el Padrenuestro
Realmente
es un atrevimiento llamar a Dios “Padre”. Si lo hacemos, es porque Jesús nos ha
revelado que éste es el Nombre de Dios: “He revelado tu Nombre a los que me
diste” (Jn 17,6), porque “nadie conoce al Padre
sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiere revelar”, es decir, “a los
pequeños” (Mt 11,25-27).
Pero
cuando llamamos a Dios “Padre” no queremos decir que Dios sea un reflejo de
nuestro “padre” de la tierra. Nuestra cultura y nuestra historia personal han
creado imágenes de lo que es el “padre”. Para algunos pensadores ateos
(Feuerbach, Marx, Nietzsche), detrás de “Dios –Padre” no se esconde otra cosa
que una trasposición de la imagen de nuestro padre terreno, y en el fondo
esconde un infantilismo, un “miedo a la libertad”. Para Freud, Dios es la
“sombra” que nos acompaña toda la vida y nos recuerda la norma que hay que
cumplir y el castigo al culpable. Aunque en la vida de algunos creyentes se
haya podido dar esta imagen de Dios, en realidad nada de esto tiene que ver con
el auténtico rostro de Dios que nos ha revelado Cristo. La “crítica a la
religión” es en parte crítica a una imagen de Dios que es falsa. Por eso, echar
encima de Dios nuestras imágenes del “padre” terreno, sea para bien o para mal,
es muy peligroso, y en el fondo es fabricar un ídolo.
Llamar
a Dios “Padre” es entrar en su “misterio”, tal como El es, tal como su Hijo nos
lo ha revelado, no tal como nosotros nos lo pintamos. Es acercarnos a vivir la
misma experiencia de Jesús, que llamó su Padre Dios “Abba”. Esta palabra,
“abba”, significa en arameo “papá”. Dice el Talmud, la gran enciclopedia judía,
que “cuando un niño prueba el cereal (es decir, cuando lo destetan), aprende a
decir ‘abba’ (papá) e “imma” (mamá).
Los
evangelistas nos han dejado algunos momentos en los que Jesús se dirige en su
oración a Dios como “Padre”. En ella expresa la alegría que siente por saberse
amado por el Padre, y la ofrenda de su vida a la voluntad de Dios:
·
Después de la resurrección de Lázaro: “Padre, yo sé que me escuchas, yo sé que
Tú me escuchas siempre” (Jn 11,41-42)
·
En el huerto de Getsemaní: “¡Abba, Padre! Todo te es posible. Aparta de mí esta
copa de amargura. Pero no se haga como yo quiero, sino como quieres tú” (Mc 14,36)
·
En la cruz: “Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu” (Lc 23,46)
Jesús
manifiesta que toda su vida no ha sido otra cosa que ponerse con confianza en
las manos de Dios y aceptar el destino que el Padre ha dispuesto para él. Toda
su vida ha sido “estar en las cosas de mi Padre”, como dijo a María y a José
cuando le buscaron en el Templo (cf. Lc 2,49).
Para un cristiano, llamar a Dios “Padre” es volver a vivir esta misma
experiencia.
TERCER DIA "PADRE
NUESTRO"
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el Padrenuestro
Siempre
que rezamos el Padrenuestro, aunque lo recemos cada uno por nuestro lado,
decimos “Padre nuestro”, no “Padre mío”.
Al
decir Padre “nuestro" reconocemos que Dios ha pasado a ser “nuestro Dios”,
el Dios que ha firmado una alianza de amor con nosotros. “Vosotros seréis mi
pueblo, y yo seré vuestro Dios”, es la fórmula que en el Antiguo Testamento
Dios utiliza para expresar la especial relación que tiene con Israel.
Decir
“Padre nuestro” nos une a toda la Iglesia, a toda la comunidad de bautizados.
“La multitud de los creyentes no tenía más que un solo corazón y una sola alma”
(Hechos 4,32). La Iglesia, la comunidad
cristiana, es la familia donde podemos llamar de verdad a Dios “Padre”. “No
puede tener a Dios por Padre quien no tiene a la Iglesia por Madre”, decían los
Padres de la Iglesia.
Decir
“Padre nuestro” es un compromiso a salir de nuestro individualismo, y abrirnos
a nuestros hermanos. Por eso no podemos rezar al “Padre nuestro” sin llevar
ante Dios a todos nuestros hermanos, por los que el Padre entregó a su Hijo
único. El amor de Dios no tiene fronteras, y nuestra oración tampoco debe
tenerla. Oramos con todos los hombres, y por todos los que no le conocen aún,
para que se cumpla el deseo profundo de Dios, “que todos estén reunidos en la
unidad” (Jn 11,52).
CUARTO DIA: "... QUE
ESTÁS EN EL CIELO"
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el Padrenuestro
El
“cielo” es una expresión bíblica simbólica que no significa un “lugar”. El “cielo”
no es ese “sitio” donde Dios se ha refugiado para alejarse de nosotros. Ni
mucho menos. Por “cielo” la Biblia entiende la majestad misma de Dios, su
soberanía inmensa, que hace que no pueda ser manipulado por los hombres. El
está “por encima de la tierra”, ese “lugar” propio de los hombres, y donde
gobiernan los “señores de la tierra”. A Dios no le afectan los poderes de la
tierra. El “cielo” simboliza el reinado de Dios.
¿Y
dónde reina Dios? ¿Dónde puede vivir Dios? ¿Dónde está ese cielo? En realidad,
Dios vive en el corazón de los que lo aman: “Al que me ama, mi Padre lo amará,
y mi Padre y yo vendremos a él, y viviremos en él” (Jn
14,23), en los que “Dios habita y se pasea” (San Cirilo de Jerusalén).
Cuando
rezamos, miramos “al cielo”, e incluso “levantamos los ojos al cielo”. Con este
gesto no queremos decir que pensemos que Dios está encima de las nubes.
Queremos más bien manifestar nuestro convencimiento de que para rezar bien hay
que empezar enderezando los ojos del corazón hacia Dios, y cambiar nuestra
forma de ver las cosas, para verlas como Dios las ve.
El
“cielo”, el reinado absoluto de Dios sobre todo es nuestra verdadera patria.
Los creyentes tenemos la firme esperanza de que el “cielo” es la meta de
nuestro camino en la tierra: “Los cristianos están en la carne, pero no viven
según la carne. Pasan su vida en la tierra, pero son ciudadanos del cielo”
(Epístola a Diogneto).
QUINTO DIA: "SANTIFICADO
SEA TU NOMBRE"
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el Padrenuestro
“Santificar” no quiere decir aquí “hacer
santo”, sino más bien “reconocer como santo, tratar de una manera santa”. Por
tanto, “santificado sea tu Nombre” quiere decir más o menos: “que sea
reconocida la santidad de tu Nombre”.
¿Cuál
es el Nombre Santo de Dios? Conocer el Nombre de Dios, y poder llamarlo por su
Nombre, es el deseo de todo creyente. Dios revela su Nombre a Moisés: Él es
“Yahveh”(cf. Ex 3,16). Moisés le pide a Dios
poder ver su gloria, y entonces Dios le responde: “Yo mismo haré pasar delante
de ti todo mi esplendor y delante de ti pronunciaré el nombre del Señor” (Ex 33,19). Entonces Dios se revela su Nombre: Él es el
“Yahveh, Yahveh, un Dios clemente y compasivo, lleno de amor y fiel”(Ex 34,6). Esto tiene consecuencias para el pueblo:
Israel debe ser una nación santa, porque el Nombre Santo de Dios vive en él.
Pero
sólo Jesús nos ha descubierto al completo qué quiere decir el Nombre de Dios.
El nos ha dicho que Dios es Padre. Su misma Persona, el mismo Nombre de “Jesús“
que quiere decir “Dios salva”), y sobre todo su Palabra y su vida, nos han descubierto
que el Nombre de Dios es santificado cuando nuestra vida es una vida santa. En
el bautismo hemos sido “lavados, santificados, justificados en el Nombre de
Nuestro Señor Jesucristo y en el Espíritu de nuestro Dios” (1 Cor 6,11). Toda
nuestra vida debe ser reflejo de esta santidad a la que hemos sido llamados.
SEXTO DIA: "VENGA A
NOSOTROS TU REINO"
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el Padrenuestro
Jesús
recorrió Galilea diciendo: “Convertíos, porque el Reino de Dios está cerca” (Mt 4,17). Mucha gente se llenaba de alegría, porque
las palabras de Jesús respondían a lo que sus corazones más deseaban. Esperaban
que Dios, a través de su Mesías, implantara la justicia en la tierra como
ningún otro rey lo había hecho. Ese día –pensaban- Dios establecerá su reino
entre los hombres, y protegerá los derechos de los desvalidos, los pobres y los
oprimidos.
Jesús
se retiraba a orar, hablando confiadamente con Dios, su Padre. Hacía obras
admirables: curaba a enfermos y necesitados, acogía a pobres y despreciados. No
sólo comía y bebía con publicanos, sino que hasta les perdonaba los pecados.
Muchos de los que veían estas obras, decían: “¿Estará llegando con Jesús el
reino de Dios?”. Sin embargo, la gente se sentía desconcertada, pues pensaban
que Dios vendría a reinar con grandes muestras de poder, esplendor y majestad,
como los reyes de la tierra, y Jesús actuaba con gran sencillez. Por eso Jesús
en las parábolas (el grano de mostaza, la semilla) les ayudaba a comprender que
el Reino de Dios está presente y actúa ya en la tierra, aunque su apariencia
sea muy pequeña y no se note mucho su fuerza.
Con
lo que hacía y enseñaba, Jesús iba preparando a la gente a que aceptara lo más
importante de su mensaje: En él, humilde y sencillo, hombre entre los hombres y
Dios como el Padre, llegaban la paz, la justicia, la verdad, la santidad, el
amor y la salvación de Dios, que es el Reino de Dios. Este Reino llega con su
muerte y resurrección, se anticipa en la Última Cena, y por la Eucaristía está
entre nosotros. El Reino de Dios llegará en la gloria cuando Cristo lo devuelva
a su Padre.
El
Padrenuestro es por excelencia la oración de los que esperan con anhelo la
llegada definitiva del Reino de Dios. “Venga a nosotros tu Reino”es la súplica
de quien sabe confiar sólo en Dios y en su Reino.
SEPTIMO DIA: "HÁGASE TU
VOLUNTAD EN LA TIERRA COMO EN EL CIELO"
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el Padrenuestro
La
voluntad de Dios es que “todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento
pleno de la verdad” (1 Timoteo 2,3-4). Jesús
cumplió perfectamente y de una vez por todas esta voluntad del Padre. Por eso
podía decir: “Mi alimento es hacer la voluntad del Padre” (Juan 4, 34); y también “Yo hago siempre lo que le
agrada a él” (Juan 8,29).
Pero
la voluntad del Padre incluía la muerte del Hijo en la cruz por la salvación de
los hombres. Jesús “se entregó a sí mismo por nuestros pecados según la
voluntad de Dios” (Gálatas 1,4). En le huerto de
los Olivos, Jesús reza así a su Padre Dios: “No se haga mi voluntad, sino la
tuya” (Lucas 22,42).
Jesús,
“aun siendo Hijo, aprendió sufriendo a obedecer” (Hebreos
5,8). ¡Cuánto más tendemos nosotros que aprender la obediencia! Por eso
pedimos a nuestro Padre que junte nuestra voluntad a la de su Hijo. Sin la
ayuda de Dios somos incapaces de cumplir su voluntad, pero unidos a Jesús, y
con el poder del Espíritu Santo, podemos poner en sus manos nuestra vida, y
escoger lo que su Hijo siempre ha escogido: hacer lo que le agrada al Padre.
OCTAVO DIA: "DANOS HOY
NUESTRO PAN DE CADA DÍA"
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el Padrenuestro
La
segunda parte del Padrenuestro comienza con una petición rápida, sin rodeos ni
protocolos de ningún tipo: “Danos”. Esta forma de pedir indica la extrema
pobreza en que vivimos (aunque aparentemos otra cosa), y al mismo tiempo una
inmensa confianza en Dios.
“Nuestro
pan”. ¿Qué pan es éste? Es el “pan” que necesitamos para vivir, que significa
todo lo que es necesario para la vida. Y es que el creyente sabe que todo lo ha
recibido de Dios, que sin Dios no hay pan, y pr tanto no hay vida. ¿No hay que
trabajar para ganarse el pan? Sí, efectivamente, pero Dios quiere que pidamos
el pan que trabajamos. “Trabajar y rezar” (Ora et labora), o “a Dios rogando y
con el mazo dando”. Orar como si todo dependiese de Dios, y trabajar como si
todo dependiese de nosotros. La oración acompaña siempre el esfuerzo humano. Nuestra
oración se extiende a aquellos a los que falta el pan por culpa de la
injusticia humana. Es un compromiso por la erradicación del hambre en el mundo,
y el reconocimiento de la dignidad de la persona humana.
El
pan de cada día es Cristo, el “Pan de la vida”. El Pan de su Palabra, y el Pan
de la Eucaristía. Y este pan hay que pedirlo “cada día”. Porque cada día tiene
su pan. Por eso cada día, la Iglesia celebra la Eucaristía, sin cansarse,
porque necesita de este alimento para vivir.
NOVENO DIA: "PERDONA
NUESTRAS OFENSAS, COMO TAMBIÉN NOSOTROS PERDONAMOS A LOS QUE NOS OFENDEN"
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el Padrenuestro
Esta
petición del Padrenuestro no deja de ser sorprendente: le pedimos a Dios que
nos perdone “como nosotros perdonamos”. ¿No es un poco arriesgado por nuestra
parte condicionar el perdón de Dios a la forma que tenemos de perdonar, a veces
tan pobre?
La
petición de perdón responde a una necesidad profunda de perdón y reconciliación
que tenemos todos. Cada ser humano anhela en el fondo de su corazón que los demás
no tengan en cuenta sus faltas, y que se borre todo lo que por debilidad o por
malicia, hemos cometido contra el hermano.
¿Es
posible perdonar? El perdón no es un juego de niños. A veces es el final de un
proceso trabajoso, en el que tenemos que ir aceptando y acogiendo a la persona
que nos ha ofendido, y nos ha expresado su arrepentimiento. A veces no es
fácil. Decimos: “Yo perdono, pero no olvido”. Realmente, sólo Dios puede
perdonar de verdad. Sólo él puede rehabilitar a un criminal en un hombre honrado,
o a un pecador en un hombre justo. El da el “Gran Perdón”, el perdón que salva.
Nuestros “perdones” siempre son pequeños. Pero son posibles. Necesitamos que
nos perdonen, pero también necesitamos perdonar. No podemos vivir con rencor.
“Lo
que hicisteis a uno de estos, mis hermanos pequeños, conmigo lo hicisteis” (Mt 25, 45). Dios toma como propias las ofensas que
hacemos al hermano. Por eso, todas las “deudas” son deudas con Dios. Y con
Dios, siempre salimos deudores.
Pero
el perdón de Dios no tiene límites. Falta que el hombre se acoja a la gran
misericordia de Dios. En el sacramento de la Penitencia, el sacramento del
Perdón, recibimos el abrazo del Padre que siempre acoge al hijo que vuelve.
DECIMO DIA: "NO NOS
DEJES CAER EN LA TENTACIÓN"
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el Padrenuestro
Esta
petición del Padrenuestro llega a la raíz de la anterior (“Perdona nuestras
ofensas”), porque la ofensa--pecado es consecuencia de la tentación.
Pedimos
a nuestro Padre que no nos deje “caer en ella”. Esto significa “no permitas
entrar en tentación”, o “no nos dejes sucumbir a la tentación”. Le pedimos que
no nos deje tomar el camino que conduce al pecado.
Nuestra
vida está comprometida en un combate entre el bien y el mal, la gracia y el
pecado. Es de ingenuos el negar la existencia de esta lucha. En esta petición
pedimos a Dios sabiduría y fuerza para resistir la tentación.
Pedimos
sabiduría, porque hace falta un cierto juicio para distinguir entre la “prueba
buena”, necesaria para el crecimiento en la virtud cristiana, y la “tentación
mala”, que conduce al pecado. Y hace falta también sabiduría para desenmascarar
la mentira de la tentación mala: se presenta con apariencia de bien, deseable,
buena para dar vida, como el fruto del árbol de la ciencia del bien y del mal
(cf. Génesis 3,6), mientras que en realidad su
fruto es la muerte.
Y
pedimos también fuerza. Porque el pecado implica en definitiva una decisión del
corazón: “Donde está tu tesoro, allí está tu corazón... Nadie puede servir a
dos señores” (Mateo 6,21.24). “Si vivimos según
el Espíritu, obremos también según el Espíritu” (Gálatas
5,25). El Padre nos da esta fuerza para dejarnos conducir por el
Espíritu Santo. Dios no permite que seamos tentados por encima de nuestras
fuerzas.
La
victoria en este combate contra el mal es imposible sin la oración. Jesús
venció al Tentador desde el principio, y en su última agonía en el Huerto de
los Olivos (cf. Mateo 26,36-44). Cristo nos une
a su combate y agonía.
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el Padrenuestro
La
última petición del Padrenuestro está contenida también en la oración de Jesús:
“No te pido que los retires del mundo, sino que los guardes del Maligno” (Juan 17,15).
En
esta petición, el “mal” no es una abstracción, sino que designa a una persona,
Satanás, el Maligno, el ángel que se opone a Dios. El “diablo” (“dia-bolos”,
que en griego quiere decir “el que separa”), es aquél que “se atraviesa” en el
designio de Dios y su obra de salvación cumplida en Cristo, “homicida desde el
principio, mentiroso y padre de la mentira (Juan 8,44),
“Satanás, el seductor del mundo entero” (Apocalipsis
12,9), es aquél por medio del cual vino el pecado y la muerte al mundo,
y por cuya definitiva derrota la creación se verá liberada de ellos.
El
Maligno ejerce su poder con inteligencia. Sabe cuáles son las “tentaciones” que
nos hacen vacilar en la fe, y las “pruebas” que debilitan el testimonio que la
Iglesia debe dar al mundo. Su actividad no tiene nada que ver con el cine de
terror o con los mensajes apocalípticos de ciertas sectas. Actúa de forma silenciosa,
a través de las “estructuras de pecado” y de las redes de injusticia de nuestra
sociedad. Está empeñado con todas sus fuerzas en zarandear la fe de los
discípulos de Cristo que quieren ser fieles; por eso, en la Última Cena, Jesús
advierte a Pedro: “Simón, Simón, mira que Satanás os ha reclamado para
zarandearos como al trigo. Pero yo he rogado por ti, para que tu fe no decaiga;
y tú, una vez convertido, confirma a tus hermanos” (Lucas
22,31-32). Cristo ha vencido a Satanás, y ha prometido que el poder del
Infierno no podrá contra la Iglesia (cf. Mateo 16, 18).
Pero misteriosamente, Dios permite todavía el tiempo de la prueba para la
Iglesia.
Al
pedir ser liberados del Maligno, oramos también para ser liberados de todos los
males. En esta petición, presentamos al Padre todas las desdichas de la
humanidad que sufre, imploramos el don de la paz, y confiamos en la venida de
Cristo, que librará definitivamente al mundo del Maligno.