sábado, 23 de enero de 2016

ORACIÓN DEL PADRE NUESTRO.

LA ORACIÓN QUE CRISTO JESÚS NOS ENSEÑO: “EL PADRE NUESTRO”


PRIMER DÍA
Rezar el Padrenuestro
Llamamos al Padrenuestro “Oración dominical”, es decir, “oración del Señor”, porque es la oración que nos dio el mismo Jesucristo, el Señor. Pero Jesús no nos dejó una fórmula para repetirla como papagayos, sino un camino para llegar hasta el corazón del Padre.
El Padrenuestro es la “oración de Jesús”, porque es también la oración que nos descubre cómo es el corazón de Jesús. Nos revela la intimidad de Jesús. Dicen que para conocer bien a una persona hay que saber cómo ama y cómo reza. Descubrimos cada día quién es Jesús a través el Padrenuestro. Jesús tuvo una relación única con su Padre Dios. Por eso pudo decir: “nadie conoce al Padre sino el Hijo, y aquél a quien el Hijo se lo quiera revelar” (Mt 11,27).
Si ser cristiano quiere decir repetir la misma vida de Cristo en nuestra vida,  está claro que el Padrenuestro es la escuela donde aprendemos la vida de Cristo. Revivir en nuestra propia vida la misma experiencia que tuvo Jesús, de llamar a Dios con confianza “Padre”.
El Padrenuestro es el resumen de todo el Evangelio. No hay nada que se encuentre en los Evangelios y que quede fuera de esta oración: la santidad y al mismo tiempo la cercanía de Dios, el Reino que llega, la aceptación de la voluntad del Padre hasta la cruz, el Pan de vida que nos da Dios, el perdón y la lucha contra el mal.
El Padrenuestro nos descubre quiénes somos nosotros: hijos de Dios. Podemos decir que quien desconoce que es hijo de Dios desconoce su realidad más profunda, está perdido en la vida. El Padrenuestro nos recuerda cada día lo que somos, y lo que estamos llamados a ser.


SEGUNDO DIA: “PADRE”
Rezar el Padrenuestro
Realmente es un atrevimiento llamar a Dios “Padre”. Si lo hacemos, es porque Jesús nos ha revelado que éste es el Nombre de Dios: “He revelado tu Nombre a los que me diste” (Jn 17,6), porque “nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiere revelar”, es decir, “a los pequeños” (Mt 11,25-27).
Pero cuando llamamos a Dios “Padre” no queremos decir que Dios sea un reflejo de nuestro “padre” de la tierra. Nuestra cultura y nuestra historia personal han creado imágenes de lo que es el “padre”. Para algunos pensadores ateos (Feuerbach, Marx, Nietzsche), detrás de “Dios –Padre” no se esconde otra cosa que una trasposición de la imagen de nuestro padre terreno, y en el fondo esconde un infantilismo, un “miedo a la libertad”. Para Freud, Dios es la “sombra” que nos acompaña toda la vida y nos recuerda la norma que hay que cumplir y el castigo al culpable. Aunque en la vida de algunos creyentes se haya podido dar esta imagen de Dios, en realidad nada de esto tiene que ver con el auténtico rostro de Dios que nos ha revelado Cristo. La “crítica a la religión” es en parte crítica a una imagen de Dios que es falsa. Por eso, echar encima de Dios nuestras imágenes del “padre” terreno, sea para bien o para mal, es muy peligroso, y en el fondo es fabricar un ídolo.
Llamar a Dios “Padre” es entrar en su “misterio”, tal como El es, tal como su Hijo nos lo ha revelado, no tal como nosotros nos lo pintamos. Es acercarnos a vivir la misma experiencia de Jesús, que llamó su Padre Dios “Abba”. Esta palabra, “abba”, significa en arameo “papá”. Dice el Talmud, la gran enciclopedia judía, que “cuando un niño prueba el cereal (es decir, cuando lo destetan), aprende a decir ‘abba’ (papá) e “imma” (mamá).
Los evangelistas nos han dejado algunos momentos en los que Jesús se dirige en su oración a Dios como “Padre”. En ella expresa la alegría que siente por saberse amado por el Padre, y la ofrenda de su vida a la voluntad de Dios:
· Después de la resurrección de Lázaro: “Padre, yo sé que me escuchas, yo sé que Tú me escuchas siempre” (Jn 11,41-42)
· En el huerto de Getsemaní: “¡Abba, Padre! Todo te es posible. Aparta de mí esta copa de amargura. Pero no se haga como yo quiero, sino como quieres tú” (Mc 14,36)
· En la cruz: “Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu” (Lc 23,46)
Jesús manifiesta que toda su vida no ha sido otra cosa que ponerse con confianza en las manos de Dios y aceptar el destino que el Padre ha dispuesto para él. Toda su vida ha sido “estar en las cosas de mi Padre”, como dijo a María y a José cuando le buscaron en el Templo (cf. Lc 2,49). Para un cristiano, llamar a Dios “Padre” es volver a vivir esta misma experiencia.



TERCER DIA "PADRE NUESTRO"
Rezar el Padrenuestro
Siempre que rezamos el Padrenuestro, aunque lo recemos cada uno por nuestro lado, decimos “Padre nuestro”, no “Padre mío”.
Al decir Padre “nuestro" reconocemos que Dios ha pasado a ser “nuestro Dios”, el Dios que ha firmado una alianza de amor con nosotros. “Vosotros seréis mi pueblo, y yo seré vuestro Dios”, es la fórmula que en el Antiguo Testamento Dios utiliza para expresar la especial relación que tiene con Israel.

Decir “Padre nuestro” nos une a toda la Iglesia, a toda la comunidad de bautizados. “La multitud de los creyentes no tenía más que un solo corazón y una sola alma” (Hechos 4,32). La Iglesia, la comunidad cristiana, es la familia donde podemos llamar de verdad a Dios “Padre”. “No puede tener a Dios por Padre quien no tiene a la Iglesia por Madre”, decían los Padres de la Iglesia.
Decir “Padre nuestro” es un compromiso a salir de nuestro individualismo, y abrirnos a nuestros hermanos. Por eso no podemos rezar al “Padre nuestro” sin llevar ante Dios a todos nuestros hermanos, por los que el Padre entregó a su Hijo único. El amor de Dios no tiene fronteras, y nuestra oración tampoco debe tenerla. Oramos con todos los hombres, y por todos los que no le conocen aún, para que se cumpla el deseo profundo de Dios, “que todos estén reunidos en la unidad” (Jn 11,52).



CUARTO DIA: "... QUE ESTÁS EN EL CIELO"
Rezar el Padrenuestro
El “cielo” es una expresión bíblica simbólica que no significa un “lugar”. El “cielo” no es ese “sitio” donde Dios se ha refugiado para alejarse de nosotros. Ni mucho menos. Por “cielo” la Biblia entiende la majestad misma de Dios, su soberanía inmensa, que hace que no pueda ser manipulado por los hombres. El está “por encima de la tierra”, ese “lugar” propio de los hombres, y donde gobiernan los “señores de la tierra”. A Dios no le afectan los poderes de la tierra. El “cielo” simboliza el reinado de Dios.
¿Y dónde reina Dios? ¿Dónde puede vivir Dios? ¿Dónde está ese cielo? En realidad, Dios vive en el corazón de los que lo aman: “Al que me ama, mi Padre lo amará, y mi Padre y yo vendremos a él, y viviremos en él” (Jn 14,23), en los que “Dios habita y se pasea” (San Cirilo de Jerusalén).
Cuando rezamos, miramos “al cielo”, e incluso “levantamos los ojos al cielo”. Con este gesto no queremos decir que pensemos que Dios está encima de las nubes. Queremos más bien manifestar nuestro convencimiento de que para rezar bien hay que empezar enderezando los ojos del corazón hacia Dios, y cambiar nuestra forma de ver las cosas, para verlas como Dios las ve.
El “cielo”, el reinado absoluto de Dios sobre todo es nuestra verdadera patria. Los creyentes tenemos la firme esperanza de que el “cielo” es la meta de nuestro camino en la tierra: “Los cristianos están en la carne, pero no viven según la carne. Pasan su vida en la tierra, pero son ciudadanos del cielo” (Epístola a Diogneto).



QUINTO DIA: "SANTIFICADO SEA TU NOMBRE"
Rezar el Padrenuestro
 “Santificar” no quiere decir aquí “hacer santo”, sino más bien “reconocer como santo, tratar de una manera santa”. Por tanto, “santificado sea tu Nombre” quiere decir más o menos: “que sea reconocida la santidad de tu Nombre”.
¿Cuál es el Nombre Santo de Dios? Conocer el Nombre de Dios, y poder llamarlo por su Nombre, es el deseo de todo creyente. Dios revela su Nombre a Moisés: Él es “Yahveh”(cf. Ex 3,16). Moisés le pide a Dios poder ver su gloria, y entonces Dios le responde: “Yo mismo haré pasar delante de ti todo mi esplendor y delante de ti pronunciaré el nombre del Señor” (Ex 33,19). Entonces Dios se revela su Nombre: Él es el “Yahveh, Yahveh, un Dios clemente y compasivo, lleno de amor y fiel”(Ex 34,6). Esto tiene consecuencias para el pueblo: Israel debe ser una nación santa, porque el Nombre Santo de Dios vive en él.
Pero sólo Jesús nos ha descubierto al completo qué quiere decir el Nombre de Dios. El nos ha dicho que Dios es Padre. Su misma Persona, el mismo Nombre de “Jesús“ que quiere decir “Dios salva”), y sobre todo su Palabra y su vida, nos han descubierto que el Nombre de Dios es santificado cuando nuestra vida es una vida santa. En el bautismo hemos sido “lavados, santificados, justificados en el Nombre de Nuestro Señor Jesucristo y en el Espíritu de nuestro Dios” (1 Cor 6,11). Toda nuestra vida debe ser reflejo de esta santidad a la que hemos sido llamados.



SEXTO DIA: "VENGA A NOSOTROS TU REINO"
Rezar el Padrenuestro
Jesús recorrió Galilea diciendo: “Convertíos, porque el Reino de Dios está cerca” (Mt 4,17). Mucha gente se llenaba de alegría, porque las palabras de Jesús respondían a lo que sus corazones más deseaban. Esperaban que Dios, a través de su Mesías, implantara la justicia en la tierra como ningún otro rey lo había hecho. Ese día –pensaban- Dios establecerá su reino entre los hombres, y protegerá los derechos de los desvalidos, los pobres y los oprimidos.
Jesús se retiraba a orar, hablando confiadamente con Dios, su Padre. Hacía obras admirables: curaba a enfermos y necesitados, acogía a pobres y despreciados. No sólo comía y bebía con publicanos, sino que hasta les perdonaba los pecados. Muchos de los que veían estas obras, decían: “¿Estará llegando con Jesús el reino de Dios?”. Sin embargo, la gente se sentía desconcertada, pues pensaban que Dios vendría a reinar con grandes muestras de poder, esplendor y majestad, como los reyes de la tierra, y Jesús actuaba con gran sencillez. Por eso Jesús en las parábolas (el grano de mostaza, la semilla) les ayudaba a comprender que el Reino de Dios está presente y actúa ya en la tierra, aunque su apariencia sea muy pequeña y no se note mucho su fuerza.
Con lo que hacía y enseñaba, Jesús iba preparando a la gente a que aceptara lo más importante de su mensaje: En él, humilde y sencillo, hombre entre los hombres y Dios como el Padre, llegaban la paz, la justicia, la verdad, la santidad, el amor y la salvación de Dios, que es el Reino de Dios. Este Reino llega con su muerte y resurrección, se anticipa en la Última Cena, y por la Eucaristía está entre nosotros. El Reino de Dios llegará en la gloria cuando Cristo lo devuelva a su Padre.
El Padrenuestro es por excelencia la oración de los que esperan con anhelo la llegada definitiva del Reino de Dios. “Venga a nosotros tu Reino”es la súplica de quien sabe confiar sólo en Dios y en su Reino.



SEPTIMO DIA: "HÁGASE TU VOLUNTAD EN LA TIERRA COMO EN EL CIELO"
Rezar el Padrenuestro
La voluntad de Dios es que “todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento pleno de la verdad” (1 Timoteo 2,3-4). Jesús cumplió perfectamente y de una vez por todas esta voluntad del Padre. Por eso podía decir: “Mi alimento es hacer la voluntad del Padre” (Juan 4, 34); y también “Yo hago siempre lo que le agrada a él” (Juan 8,29).
Pero la voluntad del Padre incluía la muerte del Hijo en la cruz por la salvación de los hombres. Jesús “se entregó a sí mismo por nuestros pecados según la voluntad de Dios” (Gálatas 1,4). En le huerto de los Olivos, Jesús reza así a su Padre Dios: “No se haga mi voluntad, sino la tuya” (Lucas 22,42).
Jesús, “aun siendo Hijo, aprendió sufriendo a obedecer” (Hebreos 5,8). ¡Cuánto más tendemos nosotros que aprender la obediencia! Por eso pedimos a nuestro Padre que junte nuestra voluntad a la de su Hijo. Sin la ayuda de Dios somos incapaces de cumplir su voluntad, pero unidos a Jesús, y con el poder del Espíritu Santo, podemos poner en sus manos nuestra vida, y escoger lo que su Hijo siempre ha escogido: hacer lo que le agrada al Padre.



OCTAVO DIA: "DANOS HOY NUESTRO PAN DE CADA DÍA"
Rezar el Padrenuestro
La segunda parte del Padrenuestro comienza con una petición rápida, sin rodeos ni protocolos de ningún tipo: “Danos”. Esta forma de pedir indica la extrema pobreza en que vivimos (aunque aparentemos otra cosa), y al mismo tiempo una inmensa confianza en Dios.

“Nuestro pan”. ¿Qué pan es éste? Es el “pan” que necesitamos para vivir, que significa todo lo que es necesario para la vida. Y es que el creyente sabe que todo lo ha recibido de Dios, que sin Dios no hay pan, y pr tanto no hay vida. ¿No hay que trabajar para ganarse el pan? Sí, efectivamente, pero Dios quiere que pidamos el pan que trabajamos. “Trabajar y rezar” (Ora et labora), o “a Dios rogando y con el mazo dando”. Orar como si todo dependiese de Dios, y trabajar como si todo dependiese de nosotros. La oración acompaña siempre el esfuerzo humano. Nuestra oración se extiende a aquellos a los que falta el pan por culpa de la injusticia humana. Es un compromiso por la erradicación del hambre en el mundo, y el reconocimiento de la dignidad de la persona humana.
El pan de cada día es Cristo, el “Pan de la vida”. El Pan de su Palabra, y el Pan de la Eucaristía. Y este pan hay que pedirlo “cada día”. Porque cada día tiene su pan. Por eso cada día, la Iglesia celebra la Eucaristía, sin cansarse, porque necesita de este alimento para vivir.


NOVENO DIA: "PERDONA NUESTRAS OFENSAS, COMO TAMBIÉN NOSOTROS PERDONAMOS A LOS QUE NOS OFENDEN"
Rezar el Padrenuestro
Esta petición del Padrenuestro no deja de ser sorprendente: le pedimos a Dios que nos perdone “como nosotros perdonamos”. ¿No es un poco arriesgado por nuestra parte condicionar el perdón de Dios a la forma que tenemos de perdonar, a veces tan pobre?
La petición de perdón responde a una necesidad profunda de perdón y reconciliación que tenemos todos. Cada ser humano anhela en el fondo de su corazón que los demás no tengan en cuenta sus faltas, y que se borre todo lo que por debilidad o por malicia, hemos cometido contra el hermano.
¿Es posible perdonar? El perdón no es un juego de niños. A veces es el final de un proceso trabajoso, en el que tenemos que ir aceptando y acogiendo a la persona que nos ha ofendido, y nos ha expresado su arrepentimiento. A veces no es fácil. Decimos: “Yo perdono, pero no olvido”. Realmente, sólo Dios puede perdonar de verdad. Sólo él puede rehabilitar a un criminal en un hombre honrado, o a un pecador en un hombre justo. El da el “Gran Perdón”, el perdón que salva. Nuestros “perdones” siempre son pequeños. Pero son posibles. Necesitamos que nos perdonen, pero también necesitamos perdonar. No podemos vivir con rencor.

“Lo que hicisteis a uno de estos, mis hermanos pequeños, conmigo lo hicisteis” (Mt 25, 45). Dios toma como propias las ofensas que hacemos al hermano. Por eso, todas las “deudas” son deudas con Dios. Y con Dios, siempre salimos deudores.
Pero el perdón de Dios no tiene límites. Falta que el hombre se acoja a la gran misericordia de Dios. En el sacramento de la Penitencia, el sacramento del Perdón, recibimos el abrazo del Padre que siempre acoge al hijo que vuelve.




DECIMO DIA: "NO NOS DEJES CAER EN LA TENTACIÓN"
Rezar el Padrenuestro
Esta petición del Padrenuestro llega a la raíz de la anterior (“Perdona nuestras ofensas”), porque la ofensa--pecado es consecuencia de la tentación.
Pedimos a nuestro Padre que no nos deje “caer en ella”. Esto significa “no permitas entrar en tentación”, o “no nos dejes sucumbir a la tentación”. Le pedimos que no nos deje tomar el camino que conduce al pecado.
Nuestra vida está comprometida en un combate entre el bien y el mal, la gracia y el pecado. Es de ingenuos el negar la existencia de esta lucha. En esta petición pedimos a Dios sabiduría y fuerza para resistir la tentación.
Pedimos sabiduría, porque hace falta un cierto juicio para distinguir entre la “prueba buena”, necesaria para el crecimiento en la virtud cristiana, y la “tentación mala”, que conduce al pecado. Y hace falta también sabiduría para desenmascarar la mentira de la tentación mala: se presenta con apariencia de bien, deseable, buena para dar vida, como el fruto del árbol de la ciencia del bien y del mal (cf. Génesis 3,6), mientras que en realidad su fruto es la muerte.
Y pedimos también fuerza. Porque el pecado implica en definitiva una decisión del corazón: “Donde está tu tesoro, allí está tu corazón... Nadie puede servir a dos señores” (Mateo 6,21.24). “Si vivimos según el Espíritu, obremos también según el Espíritu” (Gálatas 5,25). El Padre nos da esta fuerza para dejarnos conducir por el Espíritu Santo. Dios no permite que seamos tentados por encima de nuestras fuerzas.
La victoria en este combate contra el mal es imposible sin la oración. Jesús venció al Tentador desde el principio, y en su última agonía en el Huerto de los Olivos (cf. Mateo 26,36-44). Cristo nos une a su combate y agonía.



Rezar el Padrenuestro
La última petición del Padrenuestro está contenida también en la oración de Jesús: “No te pido que los retires del mundo, sino que los guardes del Maligno” (Juan 17,15).
En esta petición, el “mal” no es una abstracción, sino que designa a una persona, Satanás, el Maligno, el ángel que se opone a Dios. El “diablo” (“dia-bolos”, que en griego quiere decir “el que separa”), es aquél que “se atraviesa” en el designio de Dios y su obra de salvación cumplida en Cristo, “homicida desde el principio, mentiroso y padre de la mentira (Juan 8,44), “Satanás, el seductor del mundo entero” (Apocalipsis 12,9), es aquél por medio del cual vino el pecado y la muerte al mundo, y por cuya definitiva derrota la creación se verá liberada de ellos.
El Maligno ejerce su poder con inteligencia. Sabe cuáles son las “tentaciones” que nos hacen vacilar en la fe, y las “pruebas” que debilitan el testimonio que la Iglesia debe dar al mundo. Su actividad no tiene nada que ver con el cine de terror o con los mensajes apocalípticos de ciertas sectas. Actúa de forma silenciosa, a través de las “estructuras de pecado” y de las redes de injusticia de nuestra sociedad. Está empeñado con todas sus fuerzas en zarandear la fe de los discípulos de Cristo que quieren ser fieles; por eso, en la Última Cena, Jesús advierte a Pedro: “Simón, Simón, mira que Satanás os ha reclamado para zarandearos como al trigo. Pero yo he rogado por ti, para que tu fe no decaiga; y tú, una vez convertido, confirma a tus hermanos” (Lucas 22,31-32). Cristo ha vencido a Satanás, y ha prometido que el poder del Infierno no podrá contra la Iglesia (cf. Mateo 16, 18). Pero misteriosamente, Dios permite todavía el tiempo de la prueba para la Iglesia.

Al pedir ser liberados del Maligno, oramos también para ser liberados de todos los males. En esta petición, presentamos al Padre todas las desdichas de la humanidad que sufre, imploramos el don de la paz, y confiamos en la venida de Cristo, que librará definitivamente al mundo del Maligno.


domingo, 17 de enero de 2016

HOMILÍAS & REFLEXIONES DEL PAPA FRANCISCO

Con María, testigos de Cristo Resucitado, portadores de su misericordia, alentó el Papa a peregrinos del mundo

En la Plaza de San Pedro, que lucía aún las flores que la adornaron para la Pascua de Resurrección del Jubileo de la Misericordia - el Obispo de Roma invocó - en la alegría del  Señor Resucitado, el amor misericordioso de Dios nuestro Padre - sobre los numerosos peregrinos de tantas partes del mundo, que acudieron a la audiencia general del Miércoles de la Octava de Pascua.
Que la paz del Resucitado los acompañe siempre, con el amparo y ayuda de María, Madre de Misericordia, deseó el Papa Francisco, con el anhelo de que el Señor nos ayude a testimoniar su perdón, que purifica el corazón y transforma la vida:
«Les deseo vivir en plenitud el mensaje pascual, siempre fieles a su Bautismo y testigos alegres de Cristo muerto y resucitado por nosotros.
En la luz de la Resurrección demos gracias al Señor por su misericordia hacia nosotros. Él nos perdona nuestros pecados y hace de nosotros criaturas nuevas. Los invito a ser testigos de esta buena noticia en su alrededor.
En este Año Santo de la Misericordia, estamos llamados a reconocer que tenemos necesidad del perdón que Dios nos ofrece gratuitamente, porque cuando somos humildes, el Señor nos fortalece y alegra en nuestra fe cristiana. Por intercesión de la Virgen María, descienda generosamente la Bendición de Dios sobre cada uno de ustedes y sus familias».
Pedir el don de reconocer que somos pecadores; implorar la misericordia del Señor; compartir su perdón y ser mensajeros de su amor, son algunos de los pasos que el Santo Padre destacó en su cordial bienvenida a los peregrinos de lengua árabe:
«Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua árabe, en especial a los provenientes de Oriente Medio. Las fases del arrepentimiento comienzan con el reconocerse pecadores, necesitados del perdón de Dios; para luego implorar la misericordia del Señor, con confianza filial, pidiendo el don del perdón. Luego, se cree que el amor de Dios es siempre más grande que nuestros pecados. Y, en fin, se comparte con los demás el perdón gratuito de Dios que hemos recibido, para que ellos también lo experimenten. Pidamos a Dios el don del arrepentimiento para poder ser mensajeros de su perdón y de su amor con nuestros parientes, amigos y seres queridos. ¡Que el Señor los bendiga a todos y los proteja del maligno!»
El Papa Francisco dirigió asimismo un saludo especial, en la alegría típica de la Resurrección a un grupo de Diáconos de la Compañía de Jesús, acompañados de sus superiores y familiares, deseando de corazón que su peregrinación jubilar sea rica de frutos espirituales en beneficio de toda la Compañía.
Luego, el aliento del Papa a los enfermos y su exhortación a los recién casados:
«Un pensamiento afectuoso a ustedes, queridos enfermos, a los que exhorto a mirar constantemente a Aquel que ha vencido la muerte y nos ayuda a acoger los sufrimientos como ocasión preciosa de redención y de salvación. E invito a ustedes, queridos recién casados a vivir su cotidiana experiencia familiar contemplando a Cristo Resucitado, que en la Pascua se inmoló por nosotros».

Ángelus del Papa: misión de la Iglesia es que todos encuentren la misericordia de Dios


 «La lógica que guía la misión de Jesús y la misión de la Iglesia es ir a buscar a los hombres y a las mujeres para devolver a todos su plena dignidad y libertad, mediante el perdón de los pecados». El Papa Francisco reiteró una vez más que «en este Año Santo de la Misericordia estamos llamados a confortar a cuantos se sienten pecadores e indignos ante el Señor», diciéndoles las mismas palabras de Jesús: «No temas».
En la cita mariana dominical, con la participación de numerosos peregrinos en la Plaza de San Pedro, el Obispo de Roma invocó la ayuda de la Virgen María para que comprendamos que ser discípulos del Señor es seguir las huellas que ha dejado el Maestro: «las huellas de la gracia divina que regenera vida para todos».
¿Sabemos confiar de verdad en la palabra del Señor?
El Evangelio de hoy nos interpela, señaló el Papa, tras evocar el ejemplo de los santos confesores, San Pío de Pietralcina y de San Leopoldo Mandić.  Y reflexionando sobre la lectura del V domingo del Tiempo Ordinario, que cuenta – en la narración de San Lucas – la llamada de los primeros discípulos de Jesús y la respuesta del Señor a Simón Pedro.
«¡Queridos hermanos y hermanas, buenos días!
El Evangelio de este domingo cuenta – en la narración de San Lucas – la llamada de los primeros discípulos de Jesús (Lc 5,1-11). El hecho sucede en un contexto de vida cotidiana: hay algunos pescadores en la orilla del lago de Galilea, los cuales, después de una noche de trabajo pasada sin pescar nada, están lavando y arreglando las redes. Jesús sube a la barca de uno de ellos, Simón, llamado Pedro, le pide que se aparte un poco de la orilla y se pone a predicar la Palabra de Dios a la multitud que se había reunido. Cuando termina de hablar le dice que navegue mar adentro y que echen las redes. Simón había conocido ya a Jesús y experimentado el poder prodigioso de su palabra, por lo que le responde: «Maestro, hemos trabajado la noche entera y no hemos sacado nada, pero si tú lo dices, echaré las redes». (v 5). Y esta su fe no queda decepcionada; en efecto las redes se llenan de tal cantidad de peces que estaban a punto de romperse (cf v.)
Ante este evento extraordinario, los pescadores quedan apoderados por el temor. Simón Pedro se echa a los pies de Jesús diciendo: «Aléjate de mí, Señor, porque soy un pecador». (v 8) Este signo prodigioso lo ha convencido de que Jesús no es solo un formidable maestro, cuya palabra es verdadera y poderosa, sino que Él es el Señor, es la manifestación de Dios. Y esa presencia tan cercana suscita en Pedro el fuerte sentido de su mezquindad e indignidad. Desde un punto de vista humano, piensa que debería haber una distancia entre el pecador y el Santo. En verdad, precisamente su propia condición de pecador requiere que el Señor no se aparte de él, de la misma forma en que un médico no puede alejarse de las personas que están enfermas.
La respuesta de Jesús a Simón Pedro es aseguradora y firme: «No temas, de ahora en adelante serás pescador de hombres». (v 10) y nuevamente el pescador de Galilea, volviendo a confiar en esta palaba, abandona todo y sigue a Aquel que se ha vuelto su Maestro y Señor. Y así hicieron también Santiago y Juan, socios en el trabajo con Simón. Ésta es la lógica que guía la misión de Jesús y la misión de la Iglesia: ir a buscar, ‘pescar’ a los hombres y a las mujeres, no para hacer proselitismo, sino para devolver a todos su plena dignidad y libertad, mediante el perdón de los pecados. Esto es lo esencial del cristianismo: difundir el amor regenerador y gratuito de Dios, con actitud de acogida y de misericordia hacia todos, para que cada uno pueda encontrar la ternura de Dios y tener plenitud de vida. Y aquí, en particular, pienso en los confesores: son los primeros en tener que dar la misericordia del padre, según el ejemplo de Jesús, como hicieron también los dos frailes santos, el Padre Leopoldo y el Padre Pío.
El Evangelio de hoy nos interpela: ¿sabemos confiar verdaderamente en la palabra del Señor? O ¿nos dejamos desalentar por nuestros fracasos? En este Año Santo de la Misericordia estamos llamados a confortar a cuantos se sienten pecadores e indignos ante el Señor y abatidos por sus propios errores, diciéndoles las palabras de Jesús: «No temas». ¡La misericordia del Padre es más grande que tus pecados! ¡No temas!
Que nos ayude la Virgen María a comprender cada vez más que ser discípulos significa poner nuestros pies en las huellas dejadas por el Maestro: son las huellas de la gracia divina que regenera la vida para todos».


El Papa en el Ángelus: “El único privilegio a los ojos de Dios es aquel de no tener privilegios”

(RV).- Como cada domingo el Papa Francisco rezó la oración del Ángelus ante miles de fieles a quienes dio diversos mensajes en un ambiente de júblio amenizado por las canciones y pancartas del gran grupo de la Acción Católica de la Diócesis de Roma“Hoy se ha cumplido este pasaje de la Escritura que acaban de oír”. Citando el Evangelio del Lucas, el Obispo de Roma precisó que el “hoy”, proclamado por Cristo aquel día en la sinagoga de Nazaret, vale para cada tiempo. “Resuena también para nosotros en esta plaza, recordándonos la actualidad y la necesidad de la salvación traída por Jesús a la humanidad. Dios viene al encuentro de los hombres y las mujeres de todos los tiempos y lugares en las situaciones concretas en cuales estos estén.  También viene  a nuestro encuentro”, observó el Papa. “Es siempre Él quien da el primer paso: viene a visitarnos con su misericordia, a levantarnos del polvo de nuestros pecados; viene a extendernos la mano para hacernos alzar del abismo en el que nos ha hecho caer nuestro orgullo, y nos invita a acoger la consolante verdad del Evangelio y a caminar por los caminos del bien”.

El Santo Padre subrayó que el relato del evangelista Lucas saca a la luz una tentación a la cual el hombre religioso está siempre expuesto, y de la cual es necesario tomar decididamente las distancias: “la tentación de considerar la religión como una inversión humana y, en consecuencia, ponerse a ‘negociar’ con Dios buscando el propio interés”. Se trata, enfatizó Francisco, de acoger la revelación de un Dios que es Padre y  que se preocupa de cada una de sus criaturas, también de aquella más pequeña e insignificante a los  ojos de los hombres”. “Precisamente en esto consiste el ministero profético de Jesús: en el anunciar que ninguna condición humana puede constituir motivo de exclusión del corazón del Padre, y que el único privilegio a los ojos de Dios es aquel de no tener privilegios, de abandonarse en sus manos”.

¡Queridos hermanos y hermanas, buenos días!
El relato evangélico de hoy nos conduce nuevamente, como el pasado domingo, a la sinagoga de Nazaret, el pueblo de Galilea donde Jesús creció en familia y es conocido por todos. Él, que hacía poco tiempo se había marchado para iniciar su vida pública, regresa ahora por primera vez y se presenta a la comunidad, reunida el sábado en la sinagoga. Lee el pasaje del profeta Isaías que habla del futuro Mesías y al final declara: «Hoy se ha cumplido este pasaje de la Escritura que acaban de oír» (Lc 4,21). Los conciudadanos de Jesús, primero sorprendidos y admirados, comienzan luego a poner cara larga y a murmurar entre ellos y a decir: ¿Por qué éste, que pretende ser el Consagrado del Señor, no repite aquí, en su pueblo, los prodigios que se dice haya cumplido en Cafarnaúm y en los pueblos cercanos? Entonces Jesús afirma: «Les aseguro que ningún profeta es bien recibido en su tierra» (v. 24), y cita a los grandes profetas del pasado Elías y Eliseo, que obraron milagros en favor de los paganos para denunciar la incredulidad de su pueblo. A este punto los presentes se sienten ofendidos, se levantan indignados, echan a Jesús fuera del pueblo y quisieran arrojarlo por el precipicio. Pero Él, con la fuerza de su paz, «pasando en medio de ellos, se pone en camino» (v. 30). Su hora aún no ha llegado.
Este relato del evangelista Lucas no es simplemente la historia de una pelea entre paisanos, como a veces pasa en nuestros barrios, suscitada por envidias y celos, sino que saca a la luz una tentación a la cual el hombre religioso está siempre expuesto, -todos nosotros estamos expuestos- y de la cual es necesario tomar decididamente las distancias. ¿Y cual es esta tentación? Es la tentación de considerar la religión como una inversión humana y, en consecuencia, ponerse a “negociar” con Dios buscando el propio interés. En cambio en la verdadera religión se trata de acoger la revelación de un Dios que es Padre y  que se preocupa de cada una de sus criaturas, también de aquellas más pequeñas e insignificantes a los  ojos de los hombres. Precisamente en esto consiste el ministero profético de Jesús: en anunciar que ninguna condición humana pueda constituir motivo de exclusión -¡ninguna condición humana puede ser motivo de exclusión!- del corazón del Padre, y que el único privilegio a los ojos de Dios es aquel de no tener privilegios. El único privilegio a los ojos de Dios es aquel de no tener privilegios, de no tener padrinos, de abandonarse en sus manos.
«Hoy se ha cumplido este pasaje de la Escritura que acaban de oír» (Lc 4, 21). El“hoy”, proclamado por Cristo aquel día, vale para cada tiempo; resuena también para nosotros en esta plaza, recordándonos la actualidad y la necesidad de la salvación traída por Jesús a la humanidad. Dios viene al encuentro de los hombres y las mujeres de todos los tiempos y lugares en las situaciones concretas en las cuales estos estén. También viene a nuestro encuentro. Es siempre Él quien da el primer paso: viene a visitarnos con su misericordia, a levantarnos del polvo de nuestros pecados; viene a extendernos la mano para hacernos alzar del abismo en el que nos ha hecho caer nuestro orgullo, y nos invita a acoger la consolante verdad del Evangelio y a caminar por los caminos del bien. Siempre viene Él a encontrarnos, a buscarnos. Volvamos a la sinagoga...
Ciertamente aquel día, en la sinagoga de Nazaret, también estaba María allí, la Madre. Podemos imaginar los latidos de su corazón, una pequeña anticipación de aquello que sufrirá bajo la Cruz, viendo a Jesús, allí en la sinagoga, primero admirado, luego desafiado, después insultado, después amenazado de muerte. En su corazón, lleno de fe, ella guardaba cada cosa. Que ella nos ayude a convertirnos de un dios de los milagros al milagro de Dios, que es Jesucristo.

Ángelus del Papa: ¿Somos fieles al programa de Cristo?

A la hora del Ángelus del tercer domingo del tiempo ordinario, el Santo Padre Francisco recordó que el evangelista Lucas antes de presentar el discurso programático de Jesús de Nazaret, resume brevemente su actividad evangelizadora, que consiste en anunciar el perdón de Dios Padre misericordioso. 
El Papa Bergoglio explicó asimismo que tanto la misión de Jesús, como la de la Iglesia y la de todo bautizado en la Iglesia, es Evangelizar a los pobres. Porque como afirmó, “ser cristiano y ser misionero es lo mismo”. Y dijo que anunciar el Evangelio, con la palabra y, antes aún, con la vida, es la finalidad principal de la comunidad cristiana y de cada uno de sus miembros.
Francisco también se preguntó ¿qué significa evangelizar a los pobres? Significa – dijo – acercarse a ellos, servirlos, liberarlos de su opresión, y todo esto en el nombre y con el Espíritu de Cristo, porque es Él el Evangelio de Dios, es Él la Misericordia de Dios, es Él la liberación de Dios.
Tras afirmar que probablemente en tiempos de Jesús estas personas no estaban en el centro de la comunidad de fe, invitó a plantearnos si ¿hoy, en nuestras comunidades parroquiales, en las asociaciones y en los movimientos, somos fieles al programa de Jesús? Y si la evangelización de los pobres es nuestra prioridad; pero no bajo la forma de asistencia social, y menos aún de actividad política.
“Se trata – aclaró el Papa – de ofrecer la fuerza del Evangelio de Dios, que convierte los corazones, sana las heridas, transforma las relaciones humanas y sociales según la lógica del amor”, puesto que los pobres  – dijo – “están en el centro del Evangelio”.
El Pontífice concluyó su meditación antes de rezar el Ángelus invocando a María, Madre de los evangelizadores, para que nos ayude a sentir el hambre y la sed del Evangelio que hay en el mundo, especialmente en el corazón y en la carne de los pobres, para que seamos capaces de testimoniar concretamente la misericordia que Cristo nos ha dado.
Queridos hermanos y hermanas ¡buenos días!
En el Evangelio de hoy, el evangelista Lucas antes de presentar el discurso programático de Jesús de Nazaret, resume brevemente su actividad evangelizadora.  Es una actividad que Él realiza con el poder del Espíritu Santo: su palabra es original, porque revela el sentido de las Escrituras; es una palabra autorizada, porque manda incluso a los espíritus impuros y estos obedecen (Cfr. Mc 1, 27). Jesús es diverso de los maestros de su tiempo: por ejemplo, Jesús no ha abierto una escuela para el estudio de la Ley, pero va a predicar y enseña por doquier: en las sinagogas, por las calles, en las casas, siempre andando. Jesús también es diverso de Juan Bautista, quien proclama el juicio inminente de Dios, mientras Jesús anuncia su perdón de Padre.
Y ahora entramos también nosotros – imaginamos – que entramos en la sinagoga de Nazaret, la aldea donde creció Jesús hasta llegar casi a los treinta años. Lo que sucede allí es un acontecimiento importante, que traza la misión de Jesús.  Él se levanta para leer la Sagrada Escritura. Abre el rollo del profeta Isaías y elige el pasaje en el que está escrito: “El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha consagrado por la unción. Él me envió a llevar la Buena Noticia a los pobres” (Lc 4, 18). Después, tras un momento de silencio lleno de la expectativa de todos, dice, en medio del estupor general: “Hoy se ha cumplido este pasaje de la Escritura que acaban de oír” (v. 21).
Evangelizar a los pobres: ésta es la misión de Jesús; según [lo que] Él dice;  ésta es también la misión de la Iglesia, y de todo bautizado en la Iglesia. Ser cristiano y ser misionero es la misma cosa. Anunciar e1 Evangelio, con la palabra y, antes aún, con la vida, es la finalidad principal de la comunidad cristiana y de cada uno de sus miembros. Se nota aquí que Jesús dirige la Buena Nueva a todos, sin excluir a nadie, más bien, privilegia a los más lejanos, a los que sufren, a los enfermos, a los descartados de la sociedad.
Pero hagámonos una pregunta: ¿Qué significa evangelizar a los pobres? Significa ante todo acercarse a ellos, significa tener la alegría de servirlos, de liberarlos de su opresión, y todo esto en el nombre y con el Espíritu de Cristo, porque es Él el Evangelio de Dios, es Él la Misericordia de Dios, es Él la liberación de Dios, es Él quien se ha hecho pobre para enriquecernos con su pobreza.
El texto de Isaías, reforzado por pequeñas adaptaciones introducidas por Jesús, indica que el anuncio mesiánico del Reino de Dios venido entre nosotros se dirige de modo preferencial a los marginados, a los prisioneros y a los oprimidos.
Probablemente en tiempos de Jesús estas personas no estaban en el centro de la comunidad de fe. Y podemos preguntarnos: ¿Hoy, en nuestras comunidades parroquiales, en las asociaciones, en los movimientos, somos fieles al programa de Cristo?  ¿La evangelización de los pobres, llevarles el feliz anuncio, es la prioridad?
Atención: no se trata sólo de hacer asistencia social, y menos aún actividad política. Se trata de ofrecer la fuerza del Evangelio de Dios, que convierte los corazones, sana las heridas, transforma las relaciones humanas y sociales según la lógica del amor. En efecto, los pobres están en el centro del Evangelio.
Que la Virgen María, Madre de los evangelizadores, nos ayude a sentir fuertemente el hambre y la sed del Evangelio que hay en el mundo, especialmente en el corazón y en la carne de los pobres. Y obtenga para  cada uno de nosotros y a toda comunidad cristiana testimoniar concretamente la misericordia, la gran misericordia que Cristo nos ha donado.

María nos ayude a enamorarnos de Jesús y a testimoniarlo en el mundo



Que la Madre de Jesús, nos ayude a «redescubrir con fe la belleza y la riqueza» de la Eucaristía, del matrimonio y de los otros Sacramentos, que «hacen presente el amor fiel de Dios para con nosotros», deseó el Papa Francisco introduciendo el rezo del Ángelus dominical.
Con la narración evangélica que presenta el milagro de las bodas de Caná, en el que María le hace notar a Jesús que falta el vino, el Obispo de Roma hizo hincapié en que en ese milagro se percibe un signo de la bendición de Diossobre el matrimonio. Y que el amor entre hombre y mujer es un buen camino para vivir el Evangelio y encaminarse hacia la santidad.
Pero el milagro de Caná no se refiere solo a los esposos, destacó el Papa, añadiendo luego que toda persona humana está llamada a encontrar al Señor en su vida y que «Jesús se presenta como Salvador de la humanidad, como hermano mayor, Hijo del Padre».
Tras recordar  que «Jesús nos busca y nos invita hacerle espacio en lo íntimo de nuestro corazón». Y que «en este camino de fe con él no se nos deja solos: Hemos recibido el don de la Sangre de Cristo», el Santo Padre señaló que «las grandes tinajas de piedra que Jesús hace llenar de agua para cambiarla en vino (v.7) son signo del pasaje de la antigua a la nueva alianza: en lugar del agua usada para la purificación ritual, hemos recibido la Sangre de Jesús, derramada de modo sacramental en la Eucaristía y de modo cruento en la Pasión y en la Cruz. Los Sacramentos, que manan del Misterio pascual, infunden en nosotros la fuerza sobrenatural y nos permiten saborear lamisericordia infinita de Dios».
«Queridos hermanos y hermanas ¡buenos días!
El Evangelio de este domingo presenta el evento prodigioso en Caná, una aldea de Galilea, durante una fiesta de bodas en la que participan también María y Jesús, con sus primeros discípulos (cfr Jn 2. 1-11). La Madre le hace notar al Hijo que falta el vino, y Jesús, después de responderle que su hora no  ha llegado todavía, acoge sin embargo su solicitud y dona a los esposos el vino más bueno de toda la fiesta. El evangelista subraya que ‘Éste fue el primero de los signos de Jesús. Así manifestó su gloria, y sus discípulos creyeron en él’ (v. 11).
Los milagros, pues son signos extraordinarios que acompañan la predicación de la Buena Noticia y tienen el objetivo de suscitar o reforzar la fe en Jesús. En el milagro cumplido en Caná, podemos percibir un acto de benevolencia de parte de Jesús hacia los esposos, un signo de la bendición de Dios sobre el matrimonio. El amor entre hombre y mujer es un buen camino para vivir el Evangelio, es decir para encaminarse con alegría por la senda de la santidad.
Pero, el milagro de Caná no se refiere solo a los esposos. Toda persona humana está llamada a encontrar al Señor en su vida. La fe cristiana es un don que recibimos con el Bautismo y que nos permite encontrar a Dios. La fe atraviesa tiempos de alegría y de dolor, de luz y de oscuridad, como toda auténtica experiencia de amor. La narración de las bodas de Caná nos invita redescubrir que Jesús no se nos presenta  como un juez listo a condenar nuestras culpas, ni como un comandante que nos impone seguir ciegamente sus órdenes. Jesús se manifiesta como Salvador de la humanidad, como hermano, como nuestro hermano mayor, Hijo del Padre, se presenta como Aquel que responde a las expectativas y a las promesas de alegría que habitan en el corazón de cada uno de nosotros.
Entontes, podemos preguntarnos: ¿conozco de verdad al Señor así? ¿Lo siento cerca de mí, de mi vida? ¿Le estoy respondiendo en la misma honda de aquel amor esponsal que Él manifiesta cada día a todos, a todo ser humano? Se trata de darse cuenta de que Jesús nos busca y nos invita a hacerle espacio en lo íntimo de nuestro corazón. Y en este camino de fe con Él no se nos deja solos: hemos recibido el don de la Sangre de Cristo. Las grandes tinajas de piedra que Jesús hace llenar de agua para cambiarla en vino (v.7) son signo del pasaje de la antigua a la nueva alianza: en lugar del agua usada para la purificación ritual, hemos recibido la Sangre de Jesús, derramada de modo sacramental en la Eucaristía y de modo cruento en la Pasión y en la Cruz. Los Sacramentos, que manan del Misterio pascual, infunden en nosotros la fuerza sobrenatural y nos permiten saborear la misericordia infinita de Dios.
Que la Virgen María, modelo de meditación de las palabras y de los gestos del Señor, nos ayude a redescubrir con fe la belleza y la riqueza de la Eucaristía y de los otros Sacramentos, que hacen presente el amor fiel de Dios para con nosotros. Así podremos enamorarnos cada vez más del Señor Jesús, nuestro Esposo, y salir a su encuentro con las lámparas encendidas de nuestra fe alegre, siendo así sus testimonios en el mundo»

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