domingo, 17 de enero de 2016

HOMILÍAS & REFLEXIONES DEL PAPA FRANCISCO

Con María, testigos de Cristo Resucitado, portadores de su misericordia, alentó el Papa a peregrinos del mundo

En la Plaza de San Pedro, que lucía aún las flores que la adornaron para la Pascua de Resurrección del Jubileo de la Misericordia - el Obispo de Roma invocó - en la alegría del  Señor Resucitado, el amor misericordioso de Dios nuestro Padre - sobre los numerosos peregrinos de tantas partes del mundo, que acudieron a la audiencia general del Miércoles de la Octava de Pascua.
Que la paz del Resucitado los acompañe siempre, con el amparo y ayuda de María, Madre de Misericordia, deseó el Papa Francisco, con el anhelo de que el Señor nos ayude a testimoniar su perdón, que purifica el corazón y transforma la vida:
«Les deseo vivir en plenitud el mensaje pascual, siempre fieles a su Bautismo y testigos alegres de Cristo muerto y resucitado por nosotros.
En la luz de la Resurrección demos gracias al Señor por su misericordia hacia nosotros. Él nos perdona nuestros pecados y hace de nosotros criaturas nuevas. Los invito a ser testigos de esta buena noticia en su alrededor.
En este Año Santo de la Misericordia, estamos llamados a reconocer que tenemos necesidad del perdón que Dios nos ofrece gratuitamente, porque cuando somos humildes, el Señor nos fortalece y alegra en nuestra fe cristiana. Por intercesión de la Virgen María, descienda generosamente la Bendición de Dios sobre cada uno de ustedes y sus familias».
Pedir el don de reconocer que somos pecadores; implorar la misericordia del Señor; compartir su perdón y ser mensajeros de su amor, son algunos de los pasos que el Santo Padre destacó en su cordial bienvenida a los peregrinos de lengua árabe:
«Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua árabe, en especial a los provenientes de Oriente Medio. Las fases del arrepentimiento comienzan con el reconocerse pecadores, necesitados del perdón de Dios; para luego implorar la misericordia del Señor, con confianza filial, pidiendo el don del perdón. Luego, se cree que el amor de Dios es siempre más grande que nuestros pecados. Y, en fin, se comparte con los demás el perdón gratuito de Dios que hemos recibido, para que ellos también lo experimenten. Pidamos a Dios el don del arrepentimiento para poder ser mensajeros de su perdón y de su amor con nuestros parientes, amigos y seres queridos. ¡Que el Señor los bendiga a todos y los proteja del maligno!»
El Papa Francisco dirigió asimismo un saludo especial, en la alegría típica de la Resurrección a un grupo de Diáconos de la Compañía de Jesús, acompañados de sus superiores y familiares, deseando de corazón que su peregrinación jubilar sea rica de frutos espirituales en beneficio de toda la Compañía.
Luego, el aliento del Papa a los enfermos y su exhortación a los recién casados:
«Un pensamiento afectuoso a ustedes, queridos enfermos, a los que exhorto a mirar constantemente a Aquel que ha vencido la muerte y nos ayuda a acoger los sufrimientos como ocasión preciosa de redención y de salvación. E invito a ustedes, queridos recién casados a vivir su cotidiana experiencia familiar contemplando a Cristo Resucitado, que en la Pascua se inmoló por nosotros».

Ángelus del Papa: misión de la Iglesia es que todos encuentren la misericordia de Dios


 «La lógica que guía la misión de Jesús y la misión de la Iglesia es ir a buscar a los hombres y a las mujeres para devolver a todos su plena dignidad y libertad, mediante el perdón de los pecados». El Papa Francisco reiteró una vez más que «en este Año Santo de la Misericordia estamos llamados a confortar a cuantos se sienten pecadores e indignos ante el Señor», diciéndoles las mismas palabras de Jesús: «No temas».
En la cita mariana dominical, con la participación de numerosos peregrinos en la Plaza de San Pedro, el Obispo de Roma invocó la ayuda de la Virgen María para que comprendamos que ser discípulos del Señor es seguir las huellas que ha dejado el Maestro: «las huellas de la gracia divina que regenera vida para todos».
¿Sabemos confiar de verdad en la palabra del Señor?
El Evangelio de hoy nos interpela, señaló el Papa, tras evocar el ejemplo de los santos confesores, San Pío de Pietralcina y de San Leopoldo Mandić.  Y reflexionando sobre la lectura del V domingo del Tiempo Ordinario, que cuenta – en la narración de San Lucas – la llamada de los primeros discípulos de Jesús y la respuesta del Señor a Simón Pedro.
«¡Queridos hermanos y hermanas, buenos días!
El Evangelio de este domingo cuenta – en la narración de San Lucas – la llamada de los primeros discípulos de Jesús (Lc 5,1-11). El hecho sucede en un contexto de vida cotidiana: hay algunos pescadores en la orilla del lago de Galilea, los cuales, después de una noche de trabajo pasada sin pescar nada, están lavando y arreglando las redes. Jesús sube a la barca de uno de ellos, Simón, llamado Pedro, le pide que se aparte un poco de la orilla y se pone a predicar la Palabra de Dios a la multitud que se había reunido. Cuando termina de hablar le dice que navegue mar adentro y que echen las redes. Simón había conocido ya a Jesús y experimentado el poder prodigioso de su palabra, por lo que le responde: «Maestro, hemos trabajado la noche entera y no hemos sacado nada, pero si tú lo dices, echaré las redes». (v 5). Y esta su fe no queda decepcionada; en efecto las redes se llenan de tal cantidad de peces que estaban a punto de romperse (cf v.)
Ante este evento extraordinario, los pescadores quedan apoderados por el temor. Simón Pedro se echa a los pies de Jesús diciendo: «Aléjate de mí, Señor, porque soy un pecador». (v 8) Este signo prodigioso lo ha convencido de que Jesús no es solo un formidable maestro, cuya palabra es verdadera y poderosa, sino que Él es el Señor, es la manifestación de Dios. Y esa presencia tan cercana suscita en Pedro el fuerte sentido de su mezquindad e indignidad. Desde un punto de vista humano, piensa que debería haber una distancia entre el pecador y el Santo. En verdad, precisamente su propia condición de pecador requiere que el Señor no se aparte de él, de la misma forma en que un médico no puede alejarse de las personas que están enfermas.
La respuesta de Jesús a Simón Pedro es aseguradora y firme: «No temas, de ahora en adelante serás pescador de hombres». (v 10) y nuevamente el pescador de Galilea, volviendo a confiar en esta palaba, abandona todo y sigue a Aquel que se ha vuelto su Maestro y Señor. Y así hicieron también Santiago y Juan, socios en el trabajo con Simón. Ésta es la lógica que guía la misión de Jesús y la misión de la Iglesia: ir a buscar, ‘pescar’ a los hombres y a las mujeres, no para hacer proselitismo, sino para devolver a todos su plena dignidad y libertad, mediante el perdón de los pecados. Esto es lo esencial del cristianismo: difundir el amor regenerador y gratuito de Dios, con actitud de acogida y de misericordia hacia todos, para que cada uno pueda encontrar la ternura de Dios y tener plenitud de vida. Y aquí, en particular, pienso en los confesores: son los primeros en tener que dar la misericordia del padre, según el ejemplo de Jesús, como hicieron también los dos frailes santos, el Padre Leopoldo y el Padre Pío.
El Evangelio de hoy nos interpela: ¿sabemos confiar verdaderamente en la palabra del Señor? O ¿nos dejamos desalentar por nuestros fracasos? En este Año Santo de la Misericordia estamos llamados a confortar a cuantos se sienten pecadores e indignos ante el Señor y abatidos por sus propios errores, diciéndoles las palabras de Jesús: «No temas». ¡La misericordia del Padre es más grande que tus pecados! ¡No temas!
Que nos ayude la Virgen María a comprender cada vez más que ser discípulos significa poner nuestros pies en las huellas dejadas por el Maestro: son las huellas de la gracia divina que regenera la vida para todos».


El Papa en el Ángelus: “El único privilegio a los ojos de Dios es aquel de no tener privilegios”

(RV).- Como cada domingo el Papa Francisco rezó la oración del Ángelus ante miles de fieles a quienes dio diversos mensajes en un ambiente de júblio amenizado por las canciones y pancartas del gran grupo de la Acción Católica de la Diócesis de Roma“Hoy se ha cumplido este pasaje de la Escritura que acaban de oír”. Citando el Evangelio del Lucas, el Obispo de Roma precisó que el “hoy”, proclamado por Cristo aquel día en la sinagoga de Nazaret, vale para cada tiempo. “Resuena también para nosotros en esta plaza, recordándonos la actualidad y la necesidad de la salvación traída por Jesús a la humanidad. Dios viene al encuentro de los hombres y las mujeres de todos los tiempos y lugares en las situaciones concretas en cuales estos estén.  También viene  a nuestro encuentro”, observó el Papa. “Es siempre Él quien da el primer paso: viene a visitarnos con su misericordia, a levantarnos del polvo de nuestros pecados; viene a extendernos la mano para hacernos alzar del abismo en el que nos ha hecho caer nuestro orgullo, y nos invita a acoger la consolante verdad del Evangelio y a caminar por los caminos del bien”.

El Santo Padre subrayó que el relato del evangelista Lucas saca a la luz una tentación a la cual el hombre religioso está siempre expuesto, y de la cual es necesario tomar decididamente las distancias: “la tentación de considerar la religión como una inversión humana y, en consecuencia, ponerse a ‘negociar’ con Dios buscando el propio interés”. Se trata, enfatizó Francisco, de acoger la revelación de un Dios que es Padre y  que se preocupa de cada una de sus criaturas, también de aquella más pequeña e insignificante a los  ojos de los hombres”. “Precisamente en esto consiste el ministero profético de Jesús: en el anunciar que ninguna condición humana puede constituir motivo de exclusión del corazón del Padre, y que el único privilegio a los ojos de Dios es aquel de no tener privilegios, de abandonarse en sus manos”.

¡Queridos hermanos y hermanas, buenos días!
El relato evangélico de hoy nos conduce nuevamente, como el pasado domingo, a la sinagoga de Nazaret, el pueblo de Galilea donde Jesús creció en familia y es conocido por todos. Él, que hacía poco tiempo se había marchado para iniciar su vida pública, regresa ahora por primera vez y se presenta a la comunidad, reunida el sábado en la sinagoga. Lee el pasaje del profeta Isaías que habla del futuro Mesías y al final declara: «Hoy se ha cumplido este pasaje de la Escritura que acaban de oír» (Lc 4,21). Los conciudadanos de Jesús, primero sorprendidos y admirados, comienzan luego a poner cara larga y a murmurar entre ellos y a decir: ¿Por qué éste, que pretende ser el Consagrado del Señor, no repite aquí, en su pueblo, los prodigios que se dice haya cumplido en Cafarnaúm y en los pueblos cercanos? Entonces Jesús afirma: «Les aseguro que ningún profeta es bien recibido en su tierra» (v. 24), y cita a los grandes profetas del pasado Elías y Eliseo, que obraron milagros en favor de los paganos para denunciar la incredulidad de su pueblo. A este punto los presentes se sienten ofendidos, se levantan indignados, echan a Jesús fuera del pueblo y quisieran arrojarlo por el precipicio. Pero Él, con la fuerza de su paz, «pasando en medio de ellos, se pone en camino» (v. 30). Su hora aún no ha llegado.
Este relato del evangelista Lucas no es simplemente la historia de una pelea entre paisanos, como a veces pasa en nuestros barrios, suscitada por envidias y celos, sino que saca a la luz una tentación a la cual el hombre religioso está siempre expuesto, -todos nosotros estamos expuestos- y de la cual es necesario tomar decididamente las distancias. ¿Y cual es esta tentación? Es la tentación de considerar la religión como una inversión humana y, en consecuencia, ponerse a “negociar” con Dios buscando el propio interés. En cambio en la verdadera religión se trata de acoger la revelación de un Dios que es Padre y  que se preocupa de cada una de sus criaturas, también de aquellas más pequeñas e insignificantes a los  ojos de los hombres. Precisamente en esto consiste el ministero profético de Jesús: en anunciar que ninguna condición humana pueda constituir motivo de exclusión -¡ninguna condición humana puede ser motivo de exclusión!- del corazón del Padre, y que el único privilegio a los ojos de Dios es aquel de no tener privilegios. El único privilegio a los ojos de Dios es aquel de no tener privilegios, de no tener padrinos, de abandonarse en sus manos.
«Hoy se ha cumplido este pasaje de la Escritura que acaban de oír» (Lc 4, 21). El“hoy”, proclamado por Cristo aquel día, vale para cada tiempo; resuena también para nosotros en esta plaza, recordándonos la actualidad y la necesidad de la salvación traída por Jesús a la humanidad. Dios viene al encuentro de los hombres y las mujeres de todos los tiempos y lugares en las situaciones concretas en las cuales estos estén. También viene a nuestro encuentro. Es siempre Él quien da el primer paso: viene a visitarnos con su misericordia, a levantarnos del polvo de nuestros pecados; viene a extendernos la mano para hacernos alzar del abismo en el que nos ha hecho caer nuestro orgullo, y nos invita a acoger la consolante verdad del Evangelio y a caminar por los caminos del bien. Siempre viene Él a encontrarnos, a buscarnos. Volvamos a la sinagoga...
Ciertamente aquel día, en la sinagoga de Nazaret, también estaba María allí, la Madre. Podemos imaginar los latidos de su corazón, una pequeña anticipación de aquello que sufrirá bajo la Cruz, viendo a Jesús, allí en la sinagoga, primero admirado, luego desafiado, después insultado, después amenazado de muerte. En su corazón, lleno de fe, ella guardaba cada cosa. Que ella nos ayude a convertirnos de un dios de los milagros al milagro de Dios, que es Jesucristo.

Ángelus del Papa: ¿Somos fieles al programa de Cristo?

A la hora del Ángelus del tercer domingo del tiempo ordinario, el Santo Padre Francisco recordó que el evangelista Lucas antes de presentar el discurso programático de Jesús de Nazaret, resume brevemente su actividad evangelizadora, que consiste en anunciar el perdón de Dios Padre misericordioso. 
El Papa Bergoglio explicó asimismo que tanto la misión de Jesús, como la de la Iglesia y la de todo bautizado en la Iglesia, es Evangelizar a los pobres. Porque como afirmó, “ser cristiano y ser misionero es lo mismo”. Y dijo que anunciar el Evangelio, con la palabra y, antes aún, con la vida, es la finalidad principal de la comunidad cristiana y de cada uno de sus miembros.
Francisco también se preguntó ¿qué significa evangelizar a los pobres? Significa – dijo – acercarse a ellos, servirlos, liberarlos de su opresión, y todo esto en el nombre y con el Espíritu de Cristo, porque es Él el Evangelio de Dios, es Él la Misericordia de Dios, es Él la liberación de Dios.
Tras afirmar que probablemente en tiempos de Jesús estas personas no estaban en el centro de la comunidad de fe, invitó a plantearnos si ¿hoy, en nuestras comunidades parroquiales, en las asociaciones y en los movimientos, somos fieles al programa de Jesús? Y si la evangelización de los pobres es nuestra prioridad; pero no bajo la forma de asistencia social, y menos aún de actividad política.
“Se trata – aclaró el Papa – de ofrecer la fuerza del Evangelio de Dios, que convierte los corazones, sana las heridas, transforma las relaciones humanas y sociales según la lógica del amor”, puesto que los pobres  – dijo – “están en el centro del Evangelio”.
El Pontífice concluyó su meditación antes de rezar el Ángelus invocando a María, Madre de los evangelizadores, para que nos ayude a sentir el hambre y la sed del Evangelio que hay en el mundo, especialmente en el corazón y en la carne de los pobres, para que seamos capaces de testimoniar concretamente la misericordia que Cristo nos ha dado.
Queridos hermanos y hermanas ¡buenos días!
En el Evangelio de hoy, el evangelista Lucas antes de presentar el discurso programático de Jesús de Nazaret, resume brevemente su actividad evangelizadora.  Es una actividad que Él realiza con el poder del Espíritu Santo: su palabra es original, porque revela el sentido de las Escrituras; es una palabra autorizada, porque manda incluso a los espíritus impuros y estos obedecen (Cfr. Mc 1, 27). Jesús es diverso de los maestros de su tiempo: por ejemplo, Jesús no ha abierto una escuela para el estudio de la Ley, pero va a predicar y enseña por doquier: en las sinagogas, por las calles, en las casas, siempre andando. Jesús también es diverso de Juan Bautista, quien proclama el juicio inminente de Dios, mientras Jesús anuncia su perdón de Padre.
Y ahora entramos también nosotros – imaginamos – que entramos en la sinagoga de Nazaret, la aldea donde creció Jesús hasta llegar casi a los treinta años. Lo que sucede allí es un acontecimiento importante, que traza la misión de Jesús.  Él se levanta para leer la Sagrada Escritura. Abre el rollo del profeta Isaías y elige el pasaje en el que está escrito: “El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha consagrado por la unción. Él me envió a llevar la Buena Noticia a los pobres” (Lc 4, 18). Después, tras un momento de silencio lleno de la expectativa de todos, dice, en medio del estupor general: “Hoy se ha cumplido este pasaje de la Escritura que acaban de oír” (v. 21).
Evangelizar a los pobres: ésta es la misión de Jesús; según [lo que] Él dice;  ésta es también la misión de la Iglesia, y de todo bautizado en la Iglesia. Ser cristiano y ser misionero es la misma cosa. Anunciar e1 Evangelio, con la palabra y, antes aún, con la vida, es la finalidad principal de la comunidad cristiana y de cada uno de sus miembros. Se nota aquí que Jesús dirige la Buena Nueva a todos, sin excluir a nadie, más bien, privilegia a los más lejanos, a los que sufren, a los enfermos, a los descartados de la sociedad.
Pero hagámonos una pregunta: ¿Qué significa evangelizar a los pobres? Significa ante todo acercarse a ellos, significa tener la alegría de servirlos, de liberarlos de su opresión, y todo esto en el nombre y con el Espíritu de Cristo, porque es Él el Evangelio de Dios, es Él la Misericordia de Dios, es Él la liberación de Dios, es Él quien se ha hecho pobre para enriquecernos con su pobreza.
El texto de Isaías, reforzado por pequeñas adaptaciones introducidas por Jesús, indica que el anuncio mesiánico del Reino de Dios venido entre nosotros se dirige de modo preferencial a los marginados, a los prisioneros y a los oprimidos.
Probablemente en tiempos de Jesús estas personas no estaban en el centro de la comunidad de fe. Y podemos preguntarnos: ¿Hoy, en nuestras comunidades parroquiales, en las asociaciones, en los movimientos, somos fieles al programa de Cristo?  ¿La evangelización de los pobres, llevarles el feliz anuncio, es la prioridad?
Atención: no se trata sólo de hacer asistencia social, y menos aún actividad política. Se trata de ofrecer la fuerza del Evangelio de Dios, que convierte los corazones, sana las heridas, transforma las relaciones humanas y sociales según la lógica del amor. En efecto, los pobres están en el centro del Evangelio.
Que la Virgen María, Madre de los evangelizadores, nos ayude a sentir fuertemente el hambre y la sed del Evangelio que hay en el mundo, especialmente en el corazón y en la carne de los pobres. Y obtenga para  cada uno de nosotros y a toda comunidad cristiana testimoniar concretamente la misericordia, la gran misericordia que Cristo nos ha donado.

María nos ayude a enamorarnos de Jesús y a testimoniarlo en el mundo



Que la Madre de Jesús, nos ayude a «redescubrir con fe la belleza y la riqueza» de la Eucaristía, del matrimonio y de los otros Sacramentos, que «hacen presente el amor fiel de Dios para con nosotros», deseó el Papa Francisco introduciendo el rezo del Ángelus dominical.
Con la narración evangélica que presenta el milagro de las bodas de Caná, en el que María le hace notar a Jesús que falta el vino, el Obispo de Roma hizo hincapié en que en ese milagro se percibe un signo de la bendición de Diossobre el matrimonio. Y que el amor entre hombre y mujer es un buen camino para vivir el Evangelio y encaminarse hacia la santidad.
Pero el milagro de Caná no se refiere solo a los esposos, destacó el Papa, añadiendo luego que toda persona humana está llamada a encontrar al Señor en su vida y que «Jesús se presenta como Salvador de la humanidad, como hermano mayor, Hijo del Padre».
Tras recordar  que «Jesús nos busca y nos invita hacerle espacio en lo íntimo de nuestro corazón». Y que «en este camino de fe con él no se nos deja solos: Hemos recibido el don de la Sangre de Cristo», el Santo Padre señaló que «las grandes tinajas de piedra que Jesús hace llenar de agua para cambiarla en vino (v.7) son signo del pasaje de la antigua a la nueva alianza: en lugar del agua usada para la purificación ritual, hemos recibido la Sangre de Jesús, derramada de modo sacramental en la Eucaristía y de modo cruento en la Pasión y en la Cruz. Los Sacramentos, que manan del Misterio pascual, infunden en nosotros la fuerza sobrenatural y nos permiten saborear lamisericordia infinita de Dios».
«Queridos hermanos y hermanas ¡buenos días!
El Evangelio de este domingo presenta el evento prodigioso en Caná, una aldea de Galilea, durante una fiesta de bodas en la que participan también María y Jesús, con sus primeros discípulos (cfr Jn 2. 1-11). La Madre le hace notar al Hijo que falta el vino, y Jesús, después de responderle que su hora no  ha llegado todavía, acoge sin embargo su solicitud y dona a los esposos el vino más bueno de toda la fiesta. El evangelista subraya que ‘Éste fue el primero de los signos de Jesús. Así manifestó su gloria, y sus discípulos creyeron en él’ (v. 11).
Los milagros, pues son signos extraordinarios que acompañan la predicación de la Buena Noticia y tienen el objetivo de suscitar o reforzar la fe en Jesús. En el milagro cumplido en Caná, podemos percibir un acto de benevolencia de parte de Jesús hacia los esposos, un signo de la bendición de Dios sobre el matrimonio. El amor entre hombre y mujer es un buen camino para vivir el Evangelio, es decir para encaminarse con alegría por la senda de la santidad.
Pero, el milagro de Caná no se refiere solo a los esposos. Toda persona humana está llamada a encontrar al Señor en su vida. La fe cristiana es un don que recibimos con el Bautismo y que nos permite encontrar a Dios. La fe atraviesa tiempos de alegría y de dolor, de luz y de oscuridad, como toda auténtica experiencia de amor. La narración de las bodas de Caná nos invita redescubrir que Jesús no se nos presenta  como un juez listo a condenar nuestras culpas, ni como un comandante que nos impone seguir ciegamente sus órdenes. Jesús se manifiesta como Salvador de la humanidad, como hermano, como nuestro hermano mayor, Hijo del Padre, se presenta como Aquel que responde a las expectativas y a las promesas de alegría que habitan en el corazón de cada uno de nosotros.
Entontes, podemos preguntarnos: ¿conozco de verdad al Señor así? ¿Lo siento cerca de mí, de mi vida? ¿Le estoy respondiendo en la misma honda de aquel amor esponsal que Él manifiesta cada día a todos, a todo ser humano? Se trata de darse cuenta de que Jesús nos busca y nos invita a hacerle espacio en lo íntimo de nuestro corazón. Y en este camino de fe con Él no se nos deja solos: hemos recibido el don de la Sangre de Cristo. Las grandes tinajas de piedra que Jesús hace llenar de agua para cambiarla en vino (v.7) son signo del pasaje de la antigua a la nueva alianza: en lugar del agua usada para la purificación ritual, hemos recibido la Sangre de Jesús, derramada de modo sacramental en la Eucaristía y de modo cruento en la Pasión y en la Cruz. Los Sacramentos, que manan del Misterio pascual, infunden en nosotros la fuerza sobrenatural y nos permiten saborear la misericordia infinita de Dios.
Que la Virgen María, modelo de meditación de las palabras y de los gestos del Señor, nos ayude a redescubrir con fe la belleza y la riqueza de la Eucaristía y de los otros Sacramentos, que hacen presente el amor fiel de Dios para con nosotros. Así podremos enamorarnos cada vez más del Señor Jesús, nuestro Esposo, y salir a su encuentro con las lámparas encendidas de nuestra fe alegre, siendo así sus testimonios en el mundo»

sacado de :http://es.radiovaticana.va/

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